Escribo generalmente por indignación. La injusticia con la que me topo ―sin tener que rascarle― me provoca. El descaro de la opresión me ronda en la cabeza y termino escribiendo por catarsis, por denuncia o porque albergo la ilusión de dar voz a seres más vulnerables que yo. Quizá sólo escribo por mi necesidad de control. Porque en una página en blanco puedo crear un mundo que adolece menos que el nuestro.